ASESINAN A JUAN FACUNDO QUIROGA

Estaba hecho de la sustancia de los grandes conductores, si la traición y el infortunio no le hubieren jugado una mala pasada, pudo ser la gran figura de la organización nacional. Facundo Quiroga nació en 1778, en la localidad de San Antonio, del departamento riojano de Los Llanos, y murió asesinado en 1834 en Barranca Yaco, Córdoba.
JUAN FACUNDO QUIROGA
NAC&POP
16 Feb de 2008
Juan Facundo Ouiroga nació en 1778, en la provincia de La Rioja.
Su padre fue el estanciero José Prudencio Quiroga, a quién Facundo ayudó a conducir sus propiedades a partir de los 16 años.
Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de Granaderos a Caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas.
En 1818 recibió de Pueyrredón el título de «Benemérito de la Patria» y afines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Quiroga.
Además asumió la gobernación de la provincia, aunque sólo fue por tres meses, pero en los hechos continuó siendo la suprema autoridad riojana.
Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños.
Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de «Religión o Muerte».
Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid – usurpador del gobierno de Tucumán – en El Tala y Rincón de Valladares.
Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil.
Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del General Paz.
El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo.
En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los Andes, al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid – el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz – y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela.
En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto.
Después de participar en la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo.
Aquí Quiroga dedicó el resto de su vida a intentos (solo o con otros federales) de convocar un congreso constituyente para formar la estructura orgánica de una república federal.
Rosas se opuso enérgicamente a tal designio, arguyendo que una organización formal de esa naturaleza era prematura e insensata hasta tanto las provincias no hubieran creado sus estructuras políticas individuales y una saludable vida institucional, citando el ejemplo de los Estados Unidos, que no admitía que un territorio tomase plena participación en la vida política nacional hasta haber formado su propio gobierno.
En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán.
En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre, gobernador salteño.
Cumplida su misión con éxito y regresando a Buenos Aires, desdeñó obstinadamente las advertencias sobre conspiración en Córdoba, y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño, fue sorprendido y asesinado por efectivos al mando de Santos Pérez en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835.
La azorada opinión pública dividió las inculpaciones del crimen entre Rosas, López y los hermanos Reinafé, pero José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba, su hermano, Santos Pérez y otros fueron convictos de la conspiración y ejecutados (1836).
La muerte de Quiroga dejó a Rosas como única autoridad subsistente.
Cartas de Facundo Quiroga a Juan Manuel de Rosas
Los caudillos asumirían un rol de intermediación con respecto al pueblo soberano, que las minorías ilustradas de las ciudades no podrían alcanzar.
Su autoridad devendría de su condición de héroe, de arquetipo humano y, al mismo tiempo, de compartir la aguerrida y dura vida militar con sus subordinados, al margen de las fracciones ideológicas que regían la época.
En las presentes correspondencias, el debate gira en torno a la necesidad o no de constituir una Comisión Representativa que moderaría el poder de los gobernadores porteños frente a las demás provincias y en las diferencias entre ambos caudillos.
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Tucumán, enero 12 de 1832
Señor Don Juan Manuel De Rosas.
Amigo de todo mi aprecio: contestando a su favorecida del 14 de diciembre digo a usted: que el no haberle dicho nada del parecer que me pedía en su apreciable de 4 de octubre con respecto a la formación de la Comisión Representativa y de la oportunidad para la reunión del Congreso, fue creyendo que mi silencio mismo le debía hacer entender el motivo; pero ya que no lo ha comprendido se lo explicaré claro y terminante.
Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos constantemente pronunciada por el sistema Federal; por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República; y siendo esto así, como efectivamente lo es, ¿cómo podré yo darle mi parecer en un asunto en que por las razones que llevo expuestas necesito explorar a fondo la opinión de las provincias, de las que jamás me he separado, sin embargo, de ser opuesta a la de mi individuo?
Aguarde pues un momento, me informaré y sabré cuál es el sentimiento o parecer de los pueblos y entonces se lo comunicaré, puesto que es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario, será violentarlos, y aun cuando se consiguiese por el momento lo que se quiera, no tendría consistencia, porque nadie duda de todo lo que se hace por la fuerza o arrastrado de un influjo no puede tener duración siempre que sea contra el sentimiento general de los pueblos(…)
Saluda a usted con la consideración que acostumbra, su amigo afectísimo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga
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Tucumán, enero 12 de 1832
Señor Don Juan Manuel de Rosas
Muy señor mío y amigo: tengo a la vista su favorecida de 13 del pasado que voy a contestar en cuatro palabras diciendo a usted que en balde se ha mortificado en explanar sus ideas y razones para convencerme que debo retrogradar en mi resolución, así que usted ha tenido bastante motivo para conocer, que no sé volver atrás en mis propósitos.
Usted me dice que no pertenezco a mí mismo; pero yo quisiera que usted me diga a quién pertenecía Don Juan Manuel Rosas, y Don Estanislao López, cuando hicieron la guerra al Ejército sublevado a consecuencia de orden de la Convención Nacional y cuál la causa porqué dejaron las armas de la mano estando existente el motivo porque las empuñaron, y cuál la razón porque se me abandonó, y se me dejó solo en el campo del compromiso, y si era o no honroso a la República que si bien se ponen en la balanza de la justicia, nadie es responsable sino ustedes de cuanta sangre se ha vertido, y de tantas fortunas arruinadas; pero como nadie ve la paja en su ojo, no advierten que se contentaban con tranquilizar las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, dejando al resto de las demás bajo el yugo de la opresión, y ahora sólo yo debo ser quien voy a causar perjuicios a la República con mi separación del mando, bien que no dejan de tener razón en parte, pues que por sí solos no arribarían al objeto que se proponen, si yo separado del mando quisiera desentenderme enteramente de trabajar por el bien del país, en que no cesaré, puesto que para ello ya no es preciso tener la lanza enristrada, y puede ser, sin ser milagro, que recién me haya colocado en una posición en que pueda ser útil al país en general como pronto lo veremos, explorada que sea a fondo la voluntad de las provincias en orden a la constitución de la República.
Páselo usted bien y mande a su afectísimo servidor y amigo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga
[ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. 5-28-2-1]
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DON JUAN FACUNDO QUIROGA – ROMANCE HISTÓRICO
Anónimo
Don Juan Facundo Quiroga
1° Parte
Don Juan Facundo Quiroga,
General de mucho bando,
Que tuvo tropas de líneas
Muchos pueblos a su mando.
Hombre funesto y terrible
Que fue el terror de Los Llanos,
Era feroz, sanguinario,
Bárbaro, cruel e inhumano.
Tenía por apodo «El Tigre»,
Por su alma tan alevosa,
Por su presencia terrible
y su crueldad espantosa.
Salta, Tucumán, Santiago,
Se hallaban desavenidos.
Marchó Quiroga a arreglarlos
Para dejarlos unidos.
Al partir le dice al pueblo
Como algo que ya presiente:
Sí salgo bien, volveré,
Si no ¡Adiós, para siempre!
Al ausentarse Quiroga
Ya le anunciaba el destino
Que había de perder la vida,
En ese largo camino.
Llevaba por compañero
A su secretario Ortiz,
Y apuraba la galera
En aquel viaje infeliz.
A pocas horas de andar
En un arroyo fangoso,
Se le agarró la galera,
Y allí se puso penoso.
Acude el maestro de posta,
Mas no pudiendo salir,
Al maestro mismo, Quiroga,
A las varas lo hizo uñir.
Al fin pudieron zafar,
Y como una exhalación
Cruzaba el coche la pampa,
Sin hallar interrupción.
En cada posta que llega,
Pregunta muy afligido
La hora que ha pasado un chasqui
De Buenos Aires venido.
Le contestan que hará una hora,
Entonces, con duro acento,
¡Caballos!, les pega el grito,
¡Sin pérdida de momento!
Y su marcha continúa,
Mas quiso también el cielo,
Molestar a ese bandido
Que había ensangrentado el suelo.
Durante tres días seguidos
Le hace llover permanente;
Se pone el camino horrible
Convertido en un torrente.
Al entrar en Santa Fe,
Se le aumenta su inquietud
Y en desesperada angustia,
Se pone con prontitud.
Le avisan que no hay caballos
En la «Posta de Pavón»
Y que el maistro estaba ausente,
Para mayor confusión.
Sufre una horrible agonía
Al prever una parada,
Y grita ¡Traigan caballos!
Con una voz angustiada.
Causaba asombro de ver
En este hombre tan terrible,
Ese extraño sobresalto
Donde el miedo era visible.
Después que logran marchar
Dice, viendo para atrás:
-«Si salgo de Santa Fe
No temo por lo demás.»
Al pasar el río Tercero
Todos los gauchos acuden,
A ver a ese hombre famoso,
Tal vez que en algo le ayuden,
De alli lo hicieron pasar
Casi alzando la galera.
Por último, llega a Córdoba,
Donde Reinafé lo espera.
Estando en la posta ya,
Pidiendo a gritos caballos,
Ha llegado Reinafé,
Solícito a saludarlo.
Quiroga a las nueve y media
Había a este punto llegado,
No encontró caballo pronto,
Por su arribo inesperado.
Muy amable Reinafé
Lo invitaba atentamente:
-Pase en la ciudad la noche,
Lo atenderé dignamente.
Pero el salvaje Quiroga,
Sin ninguna educación,
Dice: ¡Caballos preciso,
Para mejor atención!
Viéndose así Reinafé,
Por ese hombre, despreciado,
Se regresó a la ciudad
Enteramente humillado.
Le llevaron los caballos
A las doce de la noche,
Hora en que siguió su viaje
Con Ortiz dentro del coche.
Al fin Quiroga llegó,
A Tucumán y Santiago,
Arregló todas las cosas
Y emprende su viaje aciago.
¡A Córdoba! pega el grito,
Y los postillones tiran,
Resuenan los latigazos
Y los caballos se estiran.
Quiroga lo sabe todo,
Hasta el peligro salvado,
Sabe el grande que le espera
Del enemigo burlado.
2° Parte
Mientras tanto Reinafé
Le prepara los puñales,
Que habían de acabar con él
En desiertas soledades.
Proponen los Reinafé.
Como hombres muy advertidos,
Llamar a un tal Santos Pérez
Y a otros gauchos pervertidos.
Santos Pérez se presenta,
Como mozo de obediencia
Y ¡Santas noches!, le dice:
¿Cómo se halla Vuecelencia?
Allí mismo le proponen
El matar a Don Facundo,
Haciéndole ver el bien
Que hará a la patria y al mundo.
Y le dice Santos Pérez:
-«Yo he de rendir obediencia
Pero si lleva la firma
de manos de Vuecelencia.»
Al escritorio se entraron,
Estos hombres ya entendidos,
A trabajar este plan,
Sin que puedan ser sentidos.
Y le dice Santos Pérez,
Al acabar de firmar:
Preciso en este momento
Un chasqui para mandar.
Y manda al Totoral Grande
Que vuelvan por El Chiquito,
Que le llaman a su gente,
Yaques, Juncos y Benito.
Yaques, juncos y Benito,
Estos eran los bomberos,
Que marchaban adelante
Señalando el derrotero.
Hacia el sud de «El Ojo de Agua»
Al correo habían topado,
Le preguntaron del coche,
Que a dónde lo había dejado.
Y le responde el correo,
Hablando por sus cabales:
En la posta «El Ojo de Agua»
Quedan mudando animales.
3° Parte
Quiroga seguía su viaje
Sin mayor inconveniente,
Fía en el terror de su nombre
Y su orgullo de valiente.
Un poco antes de llegar,
A la posta «El Ojo de Agua»
Un joven salió del monte,
Pidiendo que se pararan.
Quiroga asomó primero
Preguntando: ¿Qué se ofrece?
-«Señor, quiero hablar a Ortiz,
Si inconveniente no hubiese.»
Baja Ortiz de adentro el coche
Para saber lo siguiente:
«Deben matarlos a ustedes
«Santos Pérez con su gente.
«Se hallan en Barranca Yaco
«Aguardando a la galera,
«Del camino a los dos lados
«Se han colocado de espera.
«Tienen orden de matar
«De postillones arriba,
«Ninguna debe salvar
«Ni los caballos con vida.
«Aquí tiene este caballo
«Que le traigo para usted,
«Con el deseo de salvarlo
«A casa lo llevaré.»
Era un joven Sandivaras
Con un caballo ensillado
Que quiere salvar a Ortiz,
Por un servicio prestado.
Con semejante noticia
Ortiz se puso a temblar
Y manifestó a Quiroga
No debían continuar.
Entonces dijo Quiroga:
-No tenga ningún cuidado
Mañana mismo esos hombres,
Estarán a mi mandado.
Facundo agradece al joven,
Y de nuevo lo interroga,
Mas le dice: -¡No ha nacido
Quien lo matará a Quiroga!
A un grito mío la partida,
A mi orden se ha de poner,
Y hasta Córdoba hemos de ir,
Mañana usted lo ha de ver.
Llegaron al «Ojo de Agua»
Y allí saben igual cosa,
Pasando el pobre de Ortiz,
La noche más angustiosa.
Esa noche sin dormir
Pasó en amarga congoja,
Todas las horas pensando,
En sus hijos y en su esposa.
Le manifiesta a Quiroga
Su intención de no seguir,
A lo que éste le contesta:
-Es peor, amigo, no ir.
Tuvo Ortiz que someterse
Sufriendo mayor suplicio,
Y como humilde cordero,
Marchaba a su sacrificio.
Quiroga llamó a su negro,
Que le servía de asistente,
En él ponía su confianza
Porque era hombre muy valiente.
Le ordenó limpiar las armas
Y tenerlas bien cargadas,
Por si llega la ocasión
De ser bien aprovechadas.
Y alzando nubes de tierra
Se alejaron de estos puntos.
El polvo íbalos cubriendo
Porque iban a ser difuntos.
En la «Posta de Intiguasi»
No fueron pronto auxiliados,
Dándoles tiempo a los gauchos
Que estuvieran preparados.
4° Parte
Al pie de «Barranca Yaco»
Treinta hombres había apostados,
Para asaltar la galera
En cuanto hubiera llegado.
Ya sienten los latigazos
De los pobres postillones,
Y el andar de la galera
Que viene a los sacudones.
Ya miran venir el coche
Rodando por el camino
¡A la carga! dice Pérez,
Matemos a ese asesino.
¡Bendito Dios poderoso!
En aquel terrible asalto,
Un loro que allí venía,
Les gritaba que hagan alto.
«Hagan alto», decía el loro,
Con su lengüita parlera,
«Hagan alto, mi general,
«Que le asaltan la galera.»
Y se asomó el General
Con sus armas apuntando,
Y pega el grito: A esa gente,
¿Quién la viene gobernando?
Le responde Santos Pérez
Y de este modo lo trata:
«La hora te llegó, Quiroga,
«Pierdes la vida y la patria.»
-¡No me mates, Santos Pérez!
Le gritaba el General. . .
Dame tregua de minutos
Siquiera para rezar.
Le responde Santos Pérez:
-Yo, tregua no te he de dar,
Yo no te daré más tregua
Que al golpe de un pedernal.
Y le dio un tiro en el ojo
Sin dejarlo respirar,
Y le dice: ¡Oiga el Quiroga!
Se acabó ese General.
También mataron a Ortiz
A pesar de sus clamores.
Allí sí que la pagaron
Los justos por pecadores.
Diez muertes son las que hicieron
Con unos dos postillones,
Que al ver morir a uno de ellos
Se partían los corazones.
-¡No me mate, señor Santos!
Le decía el postillón,
«Señor, ¡líbrame la vida,
«Téngame usted compasión!»
Le respondió el gaucho Pérez:
-Yo no te puedo salvar
Porque si te dejo vida
Tú mismo me has de juzgar.
Entonces dice uno de ellos:
«De favor le pediré,
Señor, líbrele la vida,
Yo con él me ausentaré.»
Por respuesta Santos Pérez
Le voló todos los sesos,
En seguida al postillón
Le cortó libre el pescuezo.
Pegó un grito el postillón
Cuando el cuchillo le entró.
Este grito, decía Pérez,
Que siempre lo atormentó.
Se le grabó en el oído
Aquel grito lastimero,
Y en todas partes oía
Del niño aquel ¡ay! postrero.
Después de hacer estas muertes
A ese gaucho le pesó,
Y desfilando de a cuatro,
A Sinsacate marchó.
Tomó por refugio el monte
A causa de su delito,
Y allá oyó continuamente
De aquel postillón el grito.
Al fin lo empuja el destino,
O de sus muertos las almas,
A volver a la ciudad
A la casa de su dama.
Hacía unas cuantas noches
A que Pérez, disgustado,
Dio una paliza a su dama,
Y luego se había ausentado.
¡Buenas noches, le dice ella!
¿Cómo has podido venir?
Está la cama tendida,
Ven, acostate a dormir.
El gaucho estaba borracho,
Y ella con gran aflicción,
Lo invitaba a que se acueste
Con su traidora intención.
Este gaucho era temido,
Por su valor temerario,
Por muchos hechos de sangre
en «La Sierra» y «El Rosario».
La policía lo buscaba
Temerosa de encontrarlo,
Porque temblaba de miedo
Al sólo pensar de hallarlo.
Ella se acostó con él,
Y al sentir que se ha dormido
Se levantó de la cama
Procurando no hacer ruido.
Miguel Del Boca: «Paz, me has vencido» [batalla de Oncativo]
Cuando ya se hubo vestido,
A la calle se salió,
Y en marcha a la policía
Corriendo se presentó.
-¡Albricias!, le dice al jefe,
Y él dice: Las puede dar
-A Santos lo tengo en casa,
Si lo quiere asegurar:
A esto le contestó el jefe:
¡De dónde vas a saber
Si Santos no ha de venir,
Ni aun lo has de conocer!
Y le responde la dama:
¡Como no hi conocer
Si ahora noches pasadas
Yo supe dormir con él!
Entonces le dice el jefe:
Cuatro onzas te voy a dar
Y te voy a premiar bien
Si lo haces asegurar.
Y le responde la dama:
Sin nada de eso, señor,
Mande la escolta conmigo
Y ya vendrá el malhechor.
El jefe le dio los hombres
Y a sus órdenes los puso.
Vivo o muerto lo han de traer
En seguida, les repuso.
Cuando ya estuvieron cerca,
Un poco antes de llegar,
Les dice: Esperen aquí,
Que lo voy a desarmar.
Allí quedaron los hombres
Esperando que volviera,
Y preparando las armas
Por lo que tal vez pudiera.
Ya asomó por la ventana
Haciendo señas por cierto
De arrimarse sin cuidado,
Que el gaucho parecía muerto.
Sin embargo no llegaban
Creyendo en esa ocasión
Que aquella mujer pudiera
Hacerles una traición.
¡Qué diablos de cordobeses,
Les dice aquella mujer,
Si ustedes no habían servido
Ni para sapos prender!
Al fin llegan a la puerta
Y empiezan a tiritar,
Ni aún oyendo los ronquidos
No se quieren arrimar.
Los asesinos de Facundo Quiroga son juzgados, fusilados y expuestos en la actual Plaza de Mayo
Al fin pudieron entrar
Y le rodiaron el lecho,
Poniendo todas las armas
Apuntadas a su pecho.
¡Bienhaya el valor de Santos
Y la leche que mamó!
Después de estar apretado
A sus armas manotió.
Ya se levanta la dama
Haciéndose que llorar:
¡Lo llevan a mi querido,
No me podré consolar!
Y le dice Santos Pérez:
¡Qué te hacís la que llorás,
Con estos llantos fingidos
A mí no me has de engañar!
Ya lo llevan a la cárcel
A que sufra allí su pena,
Para más seguridad
Le ponen una cadena.
Después pasó a Buenos Aires
A donde fue procesado
Y ante un gentío numeroso
En la plaza fusilado.
¡Amigos, aquí presentes!
Que les sirva de ejemplar
La vida de Santos Pérez
Y cómo vino a acabar.
[Fuente: Cancionero tradicional argentino. Recopilación, estudio preliminar, notas y bibliografía de Horacio Jorge Becco, Buenos Aires, Hachette, 1960]
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DEVELAN UN MISTERIO QUE DATA DE 1834
HALLARON LOS RESTOS DEL CAUDILLO FACUNDO QUIROGA
El ataúd estaba dentro de una pared del cementerio de La Recoleta, en posición vertical.
Usaron un dispositivo electrónico para encontrarlo.
El misterio del paradero de los restos de Facundo Quiroga fue develado por un grupo de antropólogos, arqueólogos e historiadores, que encontró su ataúd dentro de una pared del cementerio porteño de La Recoleta, se anunció ayer oficialmente.
El ataúd fue descubierto mediante un dispositivo electrónico, en posición vertical, como indicaba la leyenda popular, empotrado en una pared de la bóveda familiar, bajo tierra, informó el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas «Juan Manuel de Rosas«, a cargo de este emprendimiento que comenzó en el 2004.
El organismo, que depende de la Presidencia de la Nación, señaló que el equipo, encabezado por el historiador Jorge Alfonsín, logró «resolver el misterio del inhallable ataúd y el paradero de los restos de Facundo Quiroga», el máximo caudillo y prócer riojano y figura descollante del movimiento federal.
El director de Relaciones Institucionales del Instituto, Eduardo Cattaneo, dijo ayer que «se sabía que el cadáver estaba en La Recoleta, a donde fue llevado, se cree, por pedido de Rosas».
«Al cuerpo de Facundo lo trajeron en la misma carreta en que murió, pero después se pierde el rastro, también desapareció la carreta y comenzaron a correr numerosas versiones», añadió.
Una de las más creíbles, dijo, es la que sostiene que «estuvo un tiempo en la iglesia de San José de Flores», y que «el cadáver se encontraba de pie y con una espada, para luchar contra la muerte».
«Se sabía que el cadáver había sido traído a La Recoleta y que estaba en la bóveda familiar», agregó Cattaneo, quien explicó que se lo había ocultado «presuntamente para preservarlo de enemigos, ya que había muchas amenazas de que lo iban a exhumar y quemar los restos».
Cuando el Instituto decidió emprender la investigación y búsqueda del cuerpo de Facundo, primero se realizó un trabajo bibliográfico, luego «se pidió permiso a la familia y se empezó a estudiar qué cadáveres había y su procedencia», siguió el funcionario.
La Comisión Nacional de Energía Atómica aportó al proyecto un aparato que funciona como un ecógrafo, que mide y registra los huecos a través de los muros.
Ese dispositivo detectó un hueco grande en una pared subterránea, detrás de tres catres con cajones, los que fueron retirados para hacer un agujero con una mecha gruesa que permitió ver algo metálico, que luego se comprobó que era un ataúd en forma vertical, como señalaba la leyenda que estaba el de Facundo.
«El ataúd fue encontrado en el 2004 y recientemente se pudo comprobar que el cuerpo era el de Facundo Quiroga y ahora hacemos el anuncio», precisó Cattaneo.
El proyecto fue elaborado por el historiador Jorge Alfonsín, mientras el equipo de arqueólogos, antropólogos e historiadores fue dirigido por Juan Carlos Denovi, secretario general del Instituto, que preside Alberto Gelly Cantilo.
Quiroga nació en 1778, en la localidad de San Antonio, del departamento riojano de Los Llanos, y murió asesinado en 1834 en Barranca Yaco, Córdoba.
Según Cattaneo, el hallazgo de los restos también permitirá saber con precisión datos históricos, como las circunstancias de su muerte, que la historia oficial adjudica a una emboscada en Barranca Yaco, mientras viajaba en una carreta a Buenos Aires, a manos de sicarios de los hermanos Reynafé, comandados por Santos Pérez.
Una versión de la historia popular señala que «El Tigre» fue baleado mientras se encontraba en la cama con una de sus amantes, lo que no es descartado por historiadores del Instituto, quienes señalan que tras ese episodio pudo haber llegado herido a Barranca Yaco, y morir allí en la carreta mencionada.
Otra versión indica que Quiroga fue emboscado en Barranca Yaco, donde recibió un balazo en el ojo izquierdo que lo mató instantáneamente, y que como pago Santos Pérez fue designado por los hermanos Reynafé como intendente de la localidad serrana de Villa Tulumba, a pocos kilómetros del lugar de la emboscada.
MELL/
N&P: El Correo-e del autor es MIGUEL EDUARDO LANDRO LAMOUREUX <emelandro@gmail.com>